Doble Netflix

Netflix, especialmente el latino, tiene limitaciones, taras, pero también cositas, que gustan. Aquí dos.

American Honey (2016). Elixir indi, coccionado por la británica Andra Arnold, American Honey bien puede ser la mejor película que vi el año pasado. Portento de road movie, de la mano de un crew de vendedores itinerantes de revistas, jóvenes, dulces, violentos, wiggerizados, cogientes, endrogados, juglarescos, precoces, ilusos, y sobre todo americanos. Ah, jóvenes cuerpos de un país decadente, trasegando hormonas en hoteles de paso, lazarillos para un sistema ciego, novísima carne de cañón, bailando alrededor del fuego por suscripciones. Nos va quedando claro que el capitalismo clínico nos devuelve a estados tribales.  La película presenta un equipo actoral casteado en los lugares más desdeñados y lumpen, y por eso, a lo mejor, son tan reales, ellos y ellas, tan ebrios y tan desnudos, ellas y ellos. Y bueno, Shia LaBeouf (cinematográficamente tántrico) y Sasha Lane (que ni siquiera era actriz para empezar: fue vista y elegida en un spring break en Panamá, y no fallaron) trenzan una vibra química incendiaria, que Riley Keough, nieta de Elvis, atempera con su hielo sensual. Es un mural, eso, un óleo que anticipa la era trumpeana. Cuando se dice que esta es la película de esta generación, bien puede serlo, bien puede serlo. Y el soundtrack, dios mío, qué soundtrack.


Sing Street (2016). Crecer en el Dublin de los ochenta era más o menos como crecer en la Ciudad de Guatemala en esa misma década, o sea una cosa horripilante. Y en todos esos colegios e institutos habían entes cavernarios (“idiotas y violadores y bulis”) y autoridades asotanadas y fascistas y cachurecas diciéndonos qué hacer con nuestras vidas ya de sí grises y endeudadas y deprimidas e invernales y working class y divorciadas de la vida. Pero en ese Dublin también se daban seres sensibles, entiéndanlo, seres mutantes, seres que entendieron que la única manera de escapar de esa pesadilla socialrealista era soñando, sintiendo y haciendo música y videoclips y Arte (un insight que ya nos diera The Commitments). Con un poco de ascua se va sobrellevando el asco, con un acetato puede que la tarde se convierta en algo soportable. De eso va esta película, y lo hace con aquella buena música de los ochenta (que la hubo, que la hay) y por medio de una banda sonora con piezas auditivas de veras formidables (por ejemplo Go Now, de Adam Levine, o la infinita Drive it like you stole it) que van enhebrando el musical. Además actuaciones chispeantes y diálogos que no olvidaremos. Pienso que este filme nos hace resbalar a un lugar dulce y necesario. Chicos y chicas: pueden elevarse por encima de toda esta miseria. Londres no está tan lejos.


(Contraluz publicada el 31 de marzo de 2016 en Contrapoder.)

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