Swiss Army Man (EU, 2016), con Daniel Radcliffe y Paul Dano, tiene que ser una de las películas más extrañas que he visto, y miren que he visto algunas. La película fue dirigida a cuatro manos por Dan Kwan y Daniel Scheinert, una dupla conocida como los Daniels. Ya juntos habían brillado antes en la esfera del videoclip.
Swiss Army Man es
una comedia trágica, que participa de una inocencia levemente repugnante y de
una dulzura totalmente bizarra (pedos mortuorios, innuendos trans/necro). Pura
desmesura surrealizante, y de situarla habría que situarla en la barra
Kaufman/Gondry. Cine indie fresco, de ese que nace a modo de broma y termina
con el premio a mejor director en Sundance.
Estoy
seguro que serán muchos quienes la hagan a un lado, sin apreciar la manera de
darse la historia o las befas que la van pletorizando. Pero todas esas befas
van acompañadas de una enorme sensibilidad –extravagancia sensible, podría ser
la fórmula– y ese desarrollo responde a criterios por completo defendibles.
Sobre todo porque permite que el espectador se pierda en la ficción de tal
manera que luego la ficción le ofrezca una cierta sorpresa. La realidad, la
locura y el milagro se entremezclan, y ya el espectador no sabe qué es qué, y
así es mejor.
Podríamos,
ya con un escalpelo en la mano, decir que
Swiss Army Man es una partida demasiado larga, con un weirdness excesivamente
dionisiáco. Pero hay personas a quienes les gusta, nos gusta, esta clase de
cosas. Por supuesto, Swiss Army Man es una
película para audiencias mínimas y extrañas, que de plano ya no soportan los
flicks de superhéroes. Aquí hay poder autoral verídico, disimulado en un humor
chusco; hay seriedad y angustia, envueltas en escatología y tralalá. El
resultado –oscuro– dejará al interesado levemente inquieto. La
película es rara y tierna y mágica, y nos habla de la soledad que se erige
contra la soledad. Siendo la primera soledad la soledad del ostracismo, ya sea
del otro o autoimpuesta –la soledad que nos suicida. Y la segunda soledad es una
soledad poblada –poblada de locura creativa y delirio quijotesco.
Sabemos
rebien que Paul Dano es un actor prodigioso. Luego Radcliffe hay que decir que no
decepciona, sobre todo tomando en cuenta que su papel –de muerto– es uno muy
exigente, con mucho de teatral e incluso de danzístico. En efecto, representar
a un difunto introduce presiones corporales y cinéticas muy específicas.
Además, como un muerto es algo que se carga, el trabajo es necesariamente
mutuo, y lo que consiguen Dano y Radcliffe, en conjunto, en ese setting aforestado y elemental, es
esencialmente aplaudible.
Aplaudible
también es la música de la peli, de Andy Hull y Robert McDowell. Es cosa que
realmente merece Oscar. No solo decora la trama, la propicia, en plan musical. Y
ahí lo tienen.
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